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Por la "Rivera" del río

Por la "Rivera" del río

Suele ocurrir, que en los momentos de crisis para una sociedad y cuando se piensa que se ha tocado fondo en lo moral y en lo espiritual, surgen – de las cenizas quizá – algunos hombres que por lucidez, inteligencia y creatividad marcan caminos, señalan rutas y, algunas veces, se levantan para empujar con este doloroso fardo a cuestas, el carro empantanado de la historia. Así lo hizo José Eustasio Rivera Salas, un hombre -al decir de William Ospina-”apasionado y generoso, que se entregó a su país, que lo recorrió y luchó por él; uno de esos colombianos admirables que prefirieron siempre la dignidad de conocer al país, de compartirlo y amarlo, antes que el orgullo mezquino de ser simplemente sus dueños.”

 

“El hombre que fue río.”

 

Sí, eso es Rivera,  un grávido río; un hombre con plena conciencia de su condición intelectual, de su capacidad de actuar e influir en la vida nacional. No en vano, recién salido el país de la guerra de los Mil Días, Rivera conoce los llanos y la selva; entre 1922 y 1923 viaja por el Orinoco y el Vaupés, llevando un cuaderno de notas diarias sobre el trabajo que realiza como secretario-abogado de la comisión limítrofe colombo-venezolana, de cuya labor resulta el informe-con  carácter de secreto oficial- dirigido al Ministerio de Relaciones Exteriores, en el que sin ningún miramiento, da cuenta del saqueo y la “injusta indiferencia nacional”, pero sobre todo, de “la inicua bestialidad humana” que padecen los colombianos esclavizados en las caucherías del Putumayo; información de primera mano que servirá de materia prima para su mayor creación: La Vorágine, novela modernista publicada en 1924, que amparada en la trágica historia de amor entre Arturo y Alicia, denuncia los horrores de la explotación cauchera y los efectos embrutecedores de la selva sobre el hombre.

 

Pero Rivera, no es sólo el autor de La Vorágine; en 1921 –mientras se cierne en Panamá una intervención militar estadounidense, consecuencia de la venta del canal en 1903- se publica “Tierra de Promisión” , titulación irónica de su primer libro, impecable poemario de 56 sonetos que nos invitan a pasear  de manera anticipada, a través de la selva, las cumbres y los llanos, en donde los animales mas fieros y fuertes zarpan a los mas débiles y pequeños; pero en el que ser un “grávido río”, se presenta como la mayor metáfora de la condición del poeta, “un río que gusta del sol y del águila”, de la luz y del vuelo; esto es, un hombre que ama fundirse con la naturaleza, que se atreve a proclamarse “hijo del monte” y preguntar: “¿y quién cuando yo muera consolará el paisaje?” .

 

De su trabajo como dramaturgo, circula casi inédito Juan Gil, sorprendente pieza teatral, equiparable para muchos, por el ingenio alegórico de la ceguera y sus posibilidades reflexivas, a grandes obras contemporáneas como “Sobre héroes y tumbas” del argentino Ernesto Sábato y  el “Ensayo sobre la ceguera” del premio Nóbel portugués José Saramago. Así mismo, artículos, cartas, ensayos, crónicas, informes y discursos suyos, sobreviven compilados en silenciosos libros, como el editado en 1991 por la maestra Hilda Soledad Pachón, cuyas lecturas nos permiten constatar su estatura intelectual, su calidad ciudadana y su aguda sensibilidad de visionario.

 

“Ni tu ilusión se sabe, ni tu poder se ostenta.”

 

Aunque Rivera, nació en Neiva el 19 de febrero de 1888, y una “mancha negra” apagó su vida en la fría soledad de New York en 1928, aun hoy, 122 años después de su nacimiento, su perseverancia y osadía, su gran hondura lírica, su desbordante fuerza humana  y su  ejemplo ciudadano siguen vigentes; por esto, es necesario pensar un espacio importante para Rivera en la celebración  de  los 400 años de nuestra ciudad. Precisamos más compromiso  por la herencia de este enorme legado, cuyo aporte al cimiento de nuestra memoria e identidad es definitivo en el ajuste de nuestro acervo.

 

Aquí, vale la pena preguntar, en Neiva, una ciudad acalorada de hastío, ¿qué políticas culturales se implementan desde nuestras democracias locales para el reconocimiento y la apropiación del legado Riveriano?, sobre todo, cuando el potencial y la diversidad de las expresiones culturales propias, no están orientadas a formar la sensibilidad y el juicio de los ciudadanos.

 

Sin embargo, en 1988, cien años después del nacimiento del poeta, por afán de un considerado gobernador, se estableció a través de una ordenanza la creación de la Cátedra Riveriana, que pretendía implementar en los colegios públicos del departamento, el estudio de la vida y obra del gran escritor, para “fortalecer” el recién acuñado concepto de Huilensidad, del que hasta ahora no se tiene suficiente claridad, como sucede con Neivanidad, que curiosamente termina en vanidad que viene de vano.

 

Pero la cosa no acaba aquí; 22 años después de erigida la ordenanza, parece no existir el menor rescoldo por exigir la instauración de una cátedra que abordada de manera responsable, aportaría definitivamente a la construcción de ciudadanía de unos jóvenes cada vez más desolados y sin paradigmas, como lo señalan los altos índices de suicidio y criminalidad en la ciudad y el departamento.

 

Ahora, en los planes de desarrollo del municipio y el departamento, no existe una política clara y eficaz que se interese por difundir y promover el acercamiento a la vida y obra del mayor representante de las letras huilenses. Además, la creación de la rimbombante sala José Eustasio Rivera-un estrecho cuarto con acceso restringido y algunos libros empolvados- no tiene un impacto serio en la comunidad estudiantil, que aún conserva en sus imaginarios el lugar común de percepciones reduccionistas y politiqueras que desconocen la calidad intelectiva de este gran paradigma ciudadano. Ojalá que para Neiva y quienes organizan la gran celebración de su onomástico, José Eustasio Rivera deje de ser sólo una marca, y en cambio, se permita un espacio decoroso en estos aletargados 400 años de atribulada fundación.

 

“¿Y quién cuando yo muera consolará el paisaje?

                                         

Finalmente, para  responder al consuelo del paisaje, no puedo dejar de mencionar el Proyecto Cultural “El hombre que fue río”, dirigido por  la asociación “El Magolo”; montaje teatral que viene trabajando desde el año 2007, cuyo propósito fundamental es valorar y difundir la vida y obra del mayor escritor del Huila en las universidades y colegios de la ciudad, utilizando como recurso pedagógico el arte escénico y sus beneficios didácticos. Esperamos con esto, no seguir predicando en el desierto, ni repetir el sino trágico de Arturo Cova: “donde quiera que puse mi esperanza hallé lamentable vacío”.     

 

 

 

Hugo Mauricio Fernández 

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