La dulce "india caqueteña"
Antes de visitar Florencia supe de su leyenda. Me contaron que la fragancia de su piel es tentadora. En las esquinas, desde la mañana hasta la noche, su carne se ofrece sin reparo a los sedientos. Al mediodía, es común verla resbalar en el gaznate de los transeúntes. Le dicen “la crespa” por las ondulaciones dulces de su cuerpo. Es la favorita de caminantes jóvenes y adultos, que calman en sus labios el ardor de la canícula.
Provocado por su fábula, recorrí las calles en busca de la “dulce india caqueteña”. En el fragor del meridiano ansiaba encontrar sosiego para el arrojo de mis labios. Me indicaron una ruta. Recorrí callejuelas y adoquines, hasta encontrarla en la esquina más inesperada. Estaba desnuda, ofrecía su cuerpo claro bajo el sol de la tarde. La tomé entre mis manos, aspiré su olor a selva y la llevé con gusto hasta mi boca.
Estaba fresca, suave y complaciente. El azúcar de su cuerpo apaciguó con triunfo mi deseo. Disfrute de su dulzura hasta chupar mis dedos. Descubrí que no era un mito. Indiscutible aceptar que una crespa generosa refresca las calles de Florencia; que no hay ninguna como la “dulce India” de la puerta del amazonas.
Ah, nada, como un buen pedazo de piña caqueteña.
Alejandro Valle Cantor
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